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Gricelda Rinaldi

Debates, Pensando en las infancias: aprendido y enseñado

En el marco de Pensando en las infancias: Aprendido y enseñado, propuesta del Centro Cultural Kirchner en la que figuras de todo el país con trayectoria en el campo de la pedagogía escriben sobre su propia niñez, Gricelda Rinaldi (Chaco) evoca diferentes escenas de su infancia.

Mi idea de felicidad siempre estuvo ligada a la emoción que suscita el encuentro amoroso con las palabras. Desde ese primer instante donde dependemos de los otros, para que nos hablen del mundo y lo sueñen a nuestro lado. Un cuerpo que nos canta, una mano que nos señala caminos, una voz que nos ayuda a construir nuestra propia voz.  Esa idea primigenia de felicidad está en los  arrullos de mi madre y en el recuerdo antiguo de su silbido mientras hacía las tareas de la casa, en la estridente voz de mi padre cantando un tango, en el canturreo cocoliche de mi abuelo italiano sentado en la cabecera de una larga mesa navideña, en la voz cascada de mi abuela materna contándome una historia del monte, en la alegría estridente de los juegos, las rondas, las rimas, las historias que junto a otros y a otras fuimos tejiendo. Una herencia de palabras, de ritmos y de afectos. Todo un legado de emociones fundantes que, como pájaros, fueron haciendo nido en la mujer que soy.

Escena 1
Tengo cuatro años. Algunas noches voy a dormir a lo de mis abuelos italianos. Me encanta ir a dormir con ellos, porque ahí soy única, no como en mi casa que están mis hermanos y algunas peleas. Después de cenar, ataviada con sombrero, pollerón y zapatos taco alto que mi abuela me presta siempre, me trepo a la mesa de la cocina y a pedido del “público”, recito poesías con ademanes, canturreo en italiano o cuento una historia. Al finalizar todo mi cuerpo se estremece ante el largo aplauso y las voces de mis dos abuelos que al unísono gritan: Bravo pichina!
Yo me creo Rita Pavone.

Escena 2
Tengo seis años. Empiezo primer grado. La señorita Juanita es mi maestra de música. Es bajita y muy estricta. Apenas me ve me dice: “Rinaldi, Usted tiene gracia y no debe desperdiciarla!”. De ahí en más me pone en cuanta velada escolar se haga. De la mano de la señorita Juanita hago distintos papeles. A saber: virgen maría, pastora, oveja, muñeca brava, dama antigua, vendedora ambulante y hasta de Dulcinea hago.

Yo me creo Niní Marshall, sobre todo por lo de la gracia.

Escena 3
Tengo ocho años. Acabo de escribir mi primera poesía. Habla de un grillo y su canto. La señorita Marissi me dice que es tan linda la poesía que quiere que la recite de memoria en la fiesta del día de la madre, y que de paso, también escriba otras, bah, si me animo, porque escribo precioso. Mi mamá va a la fiesta y cuando me ve recitar la poesía, se pone tan contenta que hasta derrama una lágrima. Me gusta cuando mi mamá está con cara de alegría.

Yo pienso que, si sigo así, voy a ser Alfonsina Storni, que es la escritora preferida de mi mamá.

Escena 4
Mi abuela materna viene a visitarnos desde el Chaco, dos veces al año. Ni bien llega abre las valijas. Siempre trae muchos regalos; la ropa que mis primos ya no usan porque les quedo chica, caramelos y juguetes. Después se acuesta un ratito a descansar, “porque el viaje es largo” dice mi mamá. Cuando se despierta nos llama a la pieza a mí y a mis hermanos y nos cuenta historias. Una tras otra. Mi abuela sabe un montón de historias, casi todas son de animales y del monte chaqueño. Yo le pregunto de dónde saca las historias si no tiene libros, me dice que de la imaginación. ¿Y dónde queda la imaginación?, le pregunto, en la cabeza, me dice. A la mayoría ya me las sé de memoria, pero me gusta que me las cuente una y otra vez. A veces me deja contarlas a mí. Eso me gusta, sobre todo cuando los hago reír a mis hermanos y a ella.

Cuando sea grande voy a ser como María Elena Walsh, que es una señora famosa.

Escena 5
Todas las tardes cuando terminamos la tarea de la escuela, todos los chicos y las chicas de la cuadra, salimos a jugar a la vereda. Un rato en la vereda de cada uno. Y en la calle, pero con cuidado. Jugamos a las escondidas, a las bolitas, a ser cantantes, a saltar la soga, a correr detrás del regador que pasa en verano y al gallo ciego. Tomamos la merienda una vez en cada casa y volvemos a jugar a la vereda. Cuando baja el sol, salen las mamás y gritan todas juntas: “Adentro… Es hora de bañarse!”

Así, hasta el otro día.

Escena 6
Todos los domingos vamos con mi amiga Lucy a la matiné del Cine Verdi.  Me gusta ir con ella porque es mi mejor amiga y además porque la mamá le da muchas monedas para comprar golosinas. Antes de entrar al cine, pasamos por el kiosko de Don Gatti y ahí ella compra una bolsa gigante de chupetines, gallinitas de azúcar, maní con chocolate y turrones. Como dan dos películas tenemos tiempo para comernos toda la bolsa. Después volvemos caminando las dos tomadas de la mano, nos quedamos un rato en la esquina a conversar y cuando oscurece, cada una se va a la casa. Yo la quiero mucho a Lucy. Ella sabe todos mis secretos y yo los de ella. Nuestro lugar de secretos es un árbol que está en el fondo de mi casa. Ahí nos subimos para nadie escuche, cuando nos contamos las cosas.

Desde la voz de la niña que fui, podría seguir evocando cientos de escenas para que, a partir de allí, desde esa emoción antigua, pudieran visualizarse cientos de encuentros amorosos, fundantes e insoslayables. Sin embargo, y como una metáfora de la infancia, elijo las palabras de Yolanda Reyes cuando dice que “todo comienza en una habitación iluminada por una lamparita, con alguien que nos cuenta un cuento. O quizás más atrás, con una voz que nos arrulla cuando aún no tenemos las palabras. Nos marcan con un nombre entre la infinidad de nombres, al que le vamos dando cara lentamente, y nos entregan unos apellidos que amarran el pasado y el presente, y que legaremos al futuro. Quizás cuando crecemos seguimos contando historias para revivir ese ritual, ese triángulo amoroso que cada noche unía tres vértices: un niño o una niña, una historia hecha de palabras y un adulto”.

En esa escena primigenia reside, a mi modo de ver, el secreto de crecer, sabiendo que para vivir, para pensar, para conversar con alegría, hay que tener un mundo de palabras que nos habitan, un poco la cabeza en las nubes y la emoción intacta...

 

Acerca de Gricelda Rinaldi

Gricelda Rinaldi es actriz, narradora oral, docente y especialista en educación por el arte en la primera infancia. Coordina el Área de Infancia, Adolescencia y Jóvenes del Parque del Conocimiento, Misiones. Es creadora y directora del Festival Internacional de Cuentacuentos y Artes Escénicas dedicadas a la Infancia “Tutú Marambá” (XIII edición) y del Congreso Internacional de Infancia y Cultura “Territorios para pensar las Infancias (III edición) del Parque del Conocimiento; fundadora y directora del Proyecto de Educación Artística para la primera infancia “La Manzana Azul”; editora de suplementos educativos y literarios; conductora y co-conductora de programas radiales y de televisión dedicados a la literatura infantil; y fundadora y directora del grupo de teatro y narración Ton y Son. Conformó equipos interdisciplinarios dedicados al Arte, el Juego y la Literatura en diferentes programas del Ministerio Nacional de Cultura, Ministerio de Bienestar Social y Ministerio de Educación Nacional. Ha sido invitada a España, Colombia, Puerto Rico y México para impartir conferencias y talleres por su trayectoria desde el arte, con jóvenes, niñas y niños en situación de alta vulnerabilidad. Como narradora y actriz fue invitada a ferias del libro y festivales en Argentina, Uruguay, Puerto Rico, España, México, Alemania, Chile y Colombia. Recibió numerosos premios y distinciones por su labor.

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