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Episodio 3: “Ramona. Sobrevivir al desierto”, Por Romina Paula

Diarios - Mayo/Junio 2020 - Literatura y pantalla

Debates, Diarios

Diarios - Mayo/Junio 2020 - Literatura y pantalla

La muerte de Ramona Medina ocupa toda la pantalla. Los dibujitos animados, las ficciones más delirantes parecen hacer referencia a la misma lucha en el desierto: la falta de agua y la falta de sensibilidad. Romina Paula hace un recorrido personal y generacional de la empatía. Del crimen de María Soledad al crimen de Ramona: la capacidad de sentir dolor por el dolor del otro, como una de las formas de salir del laberinto.

 

En la televisión dan Rango. Rango es un western animado de un lagarto embustero que se convierte en el héroe involuntario de una pequeña comunidad del desierto tejano. Es un pueblo que ha sido dejado sin agua por unos inescrupulosos funcionarios que están detrás de un mega emprendimiento edilicio que resulta ser Las Vegas. Desviaron el agua para poder humedecer las tierras que pretenden vender, y así dejaron al pequeño pueblo fuera de juego. A diferencia de en nuestra realidad, en Rango, como en casi todas las ficciones, los villanos son más evidentemente villanos y, por eso, más fáciles de identificar. A su vez, Rango se convierte en héroe porque consigue su cometido y reclutando a todo el pueblo sumado a sus ex enemigos los topos, consigue batir a los villanos y que el agua vuelva a fluir por el pueblo, salvando la vida de todxs. Y su dignidad.

En el canal de al lado veo la foto de Ramona Medina de pie con un balde de agua en cada una de sus manos, lleva tapaboca a lunares, mira a cámara.

Uno se queda un poco sin palabras a veces. O muchas. Que algunas cosas son demasiado dolorosas como para ser nombradas, eso es mucho. Casi siempre. Que no puedo decir nada por escrito acerca de cosas que producen mucho dolor. Como por ejemplo que sea tan obvio que le digan a la gente que se quede en su casa no es lo mismo para cada cual. Que la casa para la mayoría de la gente no es un refugio sino todo lo contrario, por las razones más diversas. Que el virus circulando por las villas era una bomba de tiempo y no sé si nadie lo quiso ni decir o qué pero para qué preparaban tantas camas de intensiva si no se ocuparon de que hubiera agua potable cuando tenía que haber. Como si el virus funcionara como uno de esos reactivos que resaltan las cosas, las tiñen de otro color, el virus satura el color de la desigualdad. Veo la foto de Ramona con dos baldes en un pasillo de la Villa 31. Veo a Ramona de pie con dos baldes en sus manos como una heroína involuntaria: no es heroica porque viva en una villa, pero sí lo es porque reclama lo que falta, porque denuncia la desidia y muere sin duda como mártir, cuando nadie la cuidó. Veo a Ramona de pie con los baldes, mira a cámara, es una muerte anunciada, se me aparece el concepto de hamartía. La hamartía en la tragedia griega es el error trágico que comete el héroe, sabe que no debería pero lo comete igual, porque no puede no hacerlo. El héroe trágico intenta hacer lo correcto en una situación en la que lo correcto, simplemente, no puede hacerse, define Internet. El error trágico de Ramona es ir a buscar agua y circular por el barrio durante una pandemia siendo insulinodependiente. Pero, ¿podría no haberlo hecho? Claro que sí, si desde hace años a alguien le hubiese importado el bienestar de la gente en las villas. Las buenas intenciones, suponiendo que las hubiere, desde un gobierno, y sin resultados, no sólo son ofensivas sino fatales. A diferencia de en el arte, donde puede ser suficiente una buena intención, porque ahí sí el resultado es consecuencia de su proceso, una política sin resultados ni largos plazos no sirve absolutamente de nada y excluye y mata.

Es escalofriante escucharla decir, apenas unos días atrás, que tiene miedo de contagiarse. Como la mujer asesinada por su ex que pide ayuda y manda mensajes diciendo este tipo me quiere matar y resulta que ahí va, aparece muerta a la semana siguiente y nadie atinó a moverse, a reaccionar, a actuar.

Cuando era chica leía los policiales, especialmente los casos de niñas asesinadas, que me producían identificación. De esa época recuerdo particularmente el caso de Jimena Hernández, el de Nair Mostafá y el de María Soledad. Ahora, googleando esos casos, veo que son de 1988, 1989 y 1990 respectivamente, no recordaba que fueran tan consecutivos. Los dos primeros nunca se resolvieron y prescribieron, el de María Soledad tuvo juicio pero los culpables, los únicos que habían sido apresados, ya están otra vez en libertad. Clarísimos casos de femicidios, cuando aún no se los llamaba así. Pero que por supuesto pesaron sobre todas nosotras como una carga, una amenaza tremenda de mirá lo que te puede pasar. Las dos primeras tenían casi la misma edad que yo cuando las mataron, María Soledad era un poco más grande y todo el crimen tenía ese componente sexual que lo volvía aún más perverso, en época de despertar sexual. Un poco en la línea, mirá lo que te puede pasar si vivís tu sexualidad, si tenés una vida sexuada, un novio grande, si vas a bailar.

La semana pasada cumplí 41 años. Más de unx me hizo el chiste de cuarenta en cuarentena, aunque mis días de encierro hayan superado por mucho ese número ya. Mi mamá me hizo una torta y soplé dos velas de números dorados con brillos insidiosos que todavía andan por ropa y piel. Al día siguiente la torta se había terminado y los números sobre sus varas todavía andaban dando vueltas por ahí. Mi mamá me pidió permiso para tirarlos, los tuve en mi mano una última vez, y los números se invirtieron: tenía un uno y un cuatro. Una vez soplé un catorce también. Viajo irremediablemente a mi cumpleaños número catorce, justito antes del sobrecargado cumpleaños de quince. Primero no recuerdo el de catorce hasta que sí recuerdo que a los catorce di mi primer beso de lengua y que al novio con el que nos dimos ese beso le pedí que lo hiciéramos después de mi cumpleaños porque me parecía complicado estar de novia en mi cumpleaños, que prefería pasar el día con mis amigas, le habré dicho. Y ahí se me abre un poco el de catorce y algo de esa época también. En el de catorce recibo un sábado a la noche a mis mejores amigas en mi casa, y vienen algunos amigos de mi hermana también. Del de catorce hay algunas fotos en la cocina de esta misma casa, con mis más amigas, que aún lo son. En esas fotos todas tenemos una rigurosa cortina de pelo larguísimo, alguna suéter, alguna camisa demasiado grande, yo voy de remera ajustada negra con florcitas rosa y blanco y un jean blanco de tiro alto, con cinturón. En el de catorce tengo también un collar como de hueso, de arcilla, no sé cómo describirlo, uno marrón oscuro que tenían unos colmillos del mismo color. Es claro que la remera y el collar no tienen nada que hacer juntas pero veo ese collar en casi todas las fotos de esa época así que concluyo que no debe ser una decisión del día, a lo sumo lo fue la de no quitármelo. No sé qué habremos hecho esa noche, ¿habremos salido? ¿Pero a dónde? A mí me gustaba ir a bailar pero a mis amigas no tanto así que no creo que hayamos hecho eso. Tampoco tomábamos alcohol así que a bares no íbamos. A lo mejor sencillamente nos quedamos en casa, charlando, tomando gaseosa y escuchando música, no lo sé. ¿O habremos ido a la matiné del Divino? Un boliche que quedaba a unas cuadras de la casa nomás. Iba a esa matiné así que también puede ser. Fui bastante a bailar a las matinés, a la noche ya no tanto, empecé a ir a bailar a los 13 años, a los 17 me cansé. En esas épocas de matiné dos tragedias azotaron el paño: el incendio de Kheyvis en 1993, una discoteca pequeña en Olivos, el primer lugar al que había ido a bailar y al que fui varias veces, la peor tragedia en un boliche antes de Cromagnon, leo. Ahí murieron 17 chicxs que hacían una fiesta de egresadxs. Y al año siguiente mataron de un tiro en la cabeza a Poli Armentano, dueño de El Cielo, otro boliche de la Costanera al que iba a bailar, hombre que había visto en el vip del Cielo, aunque éramos menores nosotros en la matiné, él a veces se reunía ahí con amigos mayores de edad y nosotros lo señalábamos desde la pista, ése es el dueño, ahí está. Recuerdo a un señor sonriente de cara naranja, ahora leo que tenía solo 37 años cuando lo mataron, en ese momento yo lo veía como un viejo. Todos hechos que sucedieron durante el nefasto menemismo en el que el bronceado caribe y los crímenes impunes estaban a la orden del día.

A mi mamá no le gustaba darme plata para ir a bailar porque de hecho no le gustaba particularmente que fuera a bailar. Entonces yo ahorraba la plata de algún almuerzo. Casi siempre llevaba vianda pero si hacía frío o no habíamos hecho a tiempo para la vianda, me daban 5 pesos para comer en el comedor, menú completo. Ahora no recuerdo si la entrada al Cielo salía 5 o el doble, 10 pesos, y eran dos almuerzos lo que tenía que ahorrar para poder ir a bailar, me inclino a pensar que serían diez. En esas matinés no había mucho chape, en el Cielo menos que en todas porque era un ámbito muy cheto y no estaba bien visto decir que sí la primera vez. Creo que ni nos lo pedían. Íbamos a bailar y a charlar. Después a lo sumo algún chico te pedía el teléfono que escribía en un papelito o memorizaba, para llamarte luego al fijo de la casa familiar y comenzar así, en el mejor de los casos, una relación.

Dos años después de la muerte de Poli, un colectivo atropella a mi hermana en Palermo, es un accidente, es negligencia, mueren 20 personas por día por accidentes de tránsito y caminando por la ciudad me sorprende que no sean más. Otro tipo de desidia, de negligencia, de alguien más.

No sé a qué viene tanta muerte, supongo que un poco se debe al contexto que estamos viviendo pero quizás también a que estar vivo en este país es casi ser un sobreviviente. Ramona llegó a los 42 años, Ramona muere a los 42 años, por negligencia. Por desidia. De alguien. ¿Por maldad? La desidia desde el gobierno, ¿puede ser considerada maldad?

Tengo casi la misma edad que Ramona. No sé si su vida y la mía se parecieron en algo, sí sé que Ramona y yo vivimos los mismos años en este país que probablemente tampoco haya sido el mismo para ella que para mí. No soy militante, no hago trabajo social, aunque no estoy segura de que el teatro no lo sea, en algún nivel, pero en todo caso no hago nada demasiado directo para que la vida de otrxs sea mejor, excepto, en el mejor de los casos, a un nivel muy micro y personal. Pero sí me siento una militante de la empatía que curiosamente es una palabra que aparece como contradictoria al verbo militar, asociada a lo combativo.

No puedo no sentir empatía por Ramona, por lo que le pasó, por lo trágico de su muerte. ¿Vale más la vida de Ramona que la de otra víctima del Covid? Podrían preguntarme. No lo sé, pero seguro que no vale menos. Y lo que sin duda vuelve el caso de ella terrible y simbólico es la previsibilidad, lo evitable: alguien en algún momento, pudo haber hecho algo para evitarla. Y no lo hizo, porque no quiso o no pudo, pero no lo hizo y ya.

Por fuera de los westerns animados la maldad no es tan evidente y mucho menos autoconsciente, eso la vuelve más peligrosa y difícil de identificar. De este lado de la pantalla la heroína no sólo no logra devolverle el agua a su comunidad sino que ni siquiera logra preservar su vida.

La empatía no le salva la vida a nadie, eso es cierto, pero de que la falta de empatía puede matar, de eso no se puede dudar.

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