|

Episodio 3: “La certeza del desastre no es imaginación”, por I Acevedo

Diarios - Julio/Agosto 2020 - Diario de un escritor

Debates, Diarios

Diarios - Julio/Agosto 2020 - Diario de un escritor

Los libros son la compañía. Pueden hacerte cambiar de idea, tener nuevas, ampliar las perspectivas. I Acevedo pasea entre los libros que está leyendo en cuarentena y de allí sale un concepto de imaginación donde sólo el futuro dirá hasta dónde es capaz de llegar.

 

21 de julio. 1.33 de la noche

El primer libro que leí en cuarentena, hace cuatro meses, fue Cuerpos aliados y lucha política, de Butler. Justo ese libro, donde el tema es la lucha callejera. Era el 24 de marzo, y no podíamos salir a la calle. El 23 de marzo a las cinco de la mañana me despertó el pedido de ayuda de un niño. Enfrente de mi edificio, un tipo estaba golpeando a su madre. Terminé llamando al 911 y esperando cuarenta minutos para que un patrullero apareciera, sin poder hacer más que gritarle a ella de ventana a ventana. Ella y su hijo se fueron. Pasaron cuatro meses, y ayer desde el balcón vi ropa de niño y de mujer colgada de esa ventana. Aparentemente, ella volvió, pienso, y estoy alerta. Durante estos meses, la policía hizo desaparecer a Facundo Castro y mata y golpea y reprime, y los femicidios se multiplican, y no podemos salir a la calle a protestar.

En estos meses, en que la falta de vida social me dio más tiempo para leer, cada vez que en un texto vi el verbo “imaginar”, lo subrayé. Pensar en “la imaginación” en un contexto así podría parecer un lujo, hasta escapismo. Pero no es así. Si pensamos en las luchas políticas colectivas la imaginación aparece con fuerza. Y en esta tercera entrega me gustaría comentar unos subrayados de tres libros de feminismo y lucha política que estuve leyendo y que aportan mucho a pensar cómo podría ser una imaginación colectiva futura.

La imaginación que conocemos es crítica. Al imaginar un futuro mejor negamos algo del presente. Hay algo dado que está mal y debería cambiar. Digamos también que es binaria: como no tenemos justicia, queremos imaginar un mundo donde sí la haya, etc. En los años sesenta, época de binarismos intensos, de capitalismo versus comunismo, época del estructuralismo como filosofía, que también se basa en el binarismo, estuvo, en Europa, “la imaginación al poder”. Ese discurso sobre la imaginación se tradujo a las luchas políticas latinoamericanas en los años setenta. De la manera binaria en que está planteado, ese discurso indica que esxs compañerxs lucharon en contra del avance del neoliberalismo y el imperialismo porque querían “lo contrario”: el comunismo, por decirlo sintéticamente. Pero si se plantea de esa manera, desde nuestra perspectiva actual, se está dando por sentado que esa realidad, “el avance del neoliberalismo” era algo dado a criticar, cuando en realidad, no era algo dado, era algo contra lo que estaban luchando para evitarlo. Sin embargo, cierto discurso parece sugerir que “su sueño revolucionario fue imposible por ser tan radical”, que esa “imaginación extrema” hizo que su lucha fracasara. Pero lo radical no era la “imaginación” que tenían, lo radical fueron sus medios y su entrega en esa lucha. El neoliberalismo no era algo dado. Ellxs sabían que el mundo, como lo planteaban las grandes fuerzas imperialistas y neoliberales, se dirigía hacia el desastre en que vivimos.

¿Entonces qué imaginaban? Yo creo que no imaginaban nada. Porque la certeza del desastre no es imaginación.

¿Y quiénes son lxs que imaginan, y qué demandan, y cómo comparten cierta imaginación?

Estaba leyendo el libro de Malena Nijensohn, La razón feminista, que analiza el movimiento asambleario y la movilización popular feminista en la calle alrededor del Ni una menos, y en el capítulo final, titulado “Sobre la amistad” encontré esta preocupación acerca de cómo imaginar colectivamente, y quién es el nosotrxs que plantea cierta demanda. La hipótesis de este libro es que la lucha aunada contra el neoliberalismo (como apunta Virginia Cano en el prólogo, no sólo contra sus políticas sino contra toda una ideología) fue capaz de “vaciar” el movimiento Ni una menos, no en un mal sentido sino al contrario, de hacerle un hueco, un hueco en el que entrábamos todxs, con una larguísima cadena de demandas que se fueron desenvolviendo y aglutinando a lo largo de varios años intensos y memorables. Como dice Malena, esas demandas se articulaban. Esto quiere decir que al pensar en Ni una menos, si bien no todxs imaginábamos lo mismo, sin embargo teníamos la impresión de que sí, de que íbamos hacia un mismo lugar. Pero Malena se pregunta: “¿Pero no hay acaso (...) algo que no puede ser contenido en la lógica de la demanda, ciertos desenlaces corporales, afectivos, sociales, culturales, de una resistencia, incalculables, que dan lugar a efectos que exceden el propósito final?” Hay un problema, dice, en pensar las identidades políticas a partir de sus demandas, y en pensar en esas demandas en términos de reconocimientos jurídicos constitucionales: digamos, leyes.

Veamos el resultado de las leyes que “juntxs imaginamos”. ¿Qué pasa con esas leyes? Que no se cumplan y haya que lograr que se respeten es solo una parte del problema. El problema, (explica Malena), es que nos atrapan porque están pensadas en términos liberales: nos colocan como sujetos racionales, individuales, que pueden tomar decisiones y tienen el poder de cambiar su vida a partir de negociaciones de igual a igual con el resto del mundo. Que si no mejoramos nuestra vida es porque somos vagxs que no quieren laburar.

Pero además, hay exclusión. En el flamante y certero libro de Ese Montenegro, Desandando el cisexismo en el camino a la legalización del aborto, él explica muy bien qué pasa cuando se redacta la ley de aborto legal seguro y gratuito y se organizan los discursos en el Congreso que darán cuenta de la necesidad de “el pueblo”, de esa ley: en esa ley las masculinidades trans quedan afuera “del pueblo”, y en los debates públicos también quedan afuera (y no solo las masculinidades trans: también quienes no tienen títulos universitarios).

Previo a ser votada la ley en Diputados, y para evitar que el proyecto original fuera violatorio de la Ley de Identidad de Género, con un moño y etiqueta “inclusiva”, se agrega al texto, a continuación de la palabra “mujeres” (sin explicitar que son cis, claro) a “las personas con capacidad de gestar”, convidando a las masculinidades trans con la migaja de ser ciudadanxs de segunda. Es decir que la ley imaginada por esas mujeres cis primero dejó afuera, justamente, a las personas a las que más apoyo debía darles. Y a la hora de “incluirlos” los puso de costado con un eufemismo. Pero no solo se trata de la inclusión o no de una identidad en un texto: se dio la espalda a la construcción colectiva con las masculinidades trans. Esta es otra de las lecciones de este libro, agrego: lo claramente que explica qué significa de verdad la palabra “inclusión”. Es como si tu amigo más intímx (en este día del amigx) te mandara una carta de invitación a su fiesta de cumpleaños. La verdad, amigx, no esperaba que me invites, y así, tu invitación más que invitación parece el decreto del final de una amistad.

En la construcción de la demanda de esa ley, la idea de abortar se rodeó con el sagrado manto de la “decisión” (“personalísima”, palabra que tanto le gustó a Lospennato, y no colectiva, no: porque seguramente con esta ley abortaremos solitxs en un cubículo de hospital, claro). La imaginación desplegada en esos cánticos callejeros nos pintó como personas que, con un test positivo en una mano y una calculadora en la otra, nos preguntamos si abortar o no para poder tomar una decisión (mi cuerpo, mi decisión), cuando está claro que si unx realmente no quiere o no puede tener un hijx no habrá demasiado cálculo al respecto. Y menos cálculo habría (pues menos riesgo se corre) si el aborto es libre, como la demanda lo pide. Por el otro lado, por parte de las desatinadas personas que, a la hora de hablar de aborto en vez de charlar sobre esto se pusieron a celebrar su maternidad deseada, me pregunto: para lxs miles de millonxs de personas que nacimos sin pertenecer a un deseo calculado, ¿les parece que nos habrán amado menos (si es que tuvimos esa suerte) porque no nacimos con la calculadora bajo al brazo, porque no nos habían imaginado?

¿No podrá ser que ocurra algo que no estaba calculado, algo por fuera de la imaginación, y que finalmente todo resulte bien? El vocabulario de esas demandas colocó a la gente en una góndola de supermercado en donde en vez de botellas de vino eligen abortos o hijxs. Hay tantas cosas que están mal en la palabra decisión; la vida es tanto más compleja que el desgraciado vocabulario al que nos sujetaba esa ley. Cuando el verbo imaginar funciona como sinónimo de “decidir”, desconfiemos.

¿Entonces cuál es el vocabulario que debería tener la ley? Responde Ese Montenegro: “Apostar a la enumeración punto por punto de cada identidad puede terminar convirtiéndose en una trampa. (...) Si lo que disputamos es la autonomía de las personas que pueden gestar y abortar, ¿no sería más apropiado nombrar a todas ellas bajo esta misma categoría, sin subalternizaciones y sin riesgo de borramientos?”. Porque, dice, tampoco sabemos, ni podemos imaginar, con el correr del tiempo, con la proliferación de nuevas identidades o desarrollos tecnológicos, qué futuras personas podrán tener necesidad de abortar, y no podemos ser carcelerxs de esos destinos. La ley debe ser, simplemente, para todes les que la necesiten. ¿Tan difícil era imaginar eso?

No quiero decir que no podemos imaginar juntxs. No tengo una postura pesimista. Está en nosotrxs no solo imaginar un mundo mejor sino insistir en fugarnos de las sujeciones. Pero anoto: lo que imaginamos corre el riesgo de ser algo planificado, o que surja de una identidad unificada con una demanda empaquetada que, inevitablemente termina excluyendo. Donna Haraway, en Seguir con el problema dice: “Nuestra tarea es generar problemas. (...). En tiempos de urgencias, es tentador tratar el problema imaginando la construcción de un futuro seguro, impidiendo que ocurra algo que se cierne en el futuro, poniendo en orden presente y pasado (…). Seguir con el problema no requiere de este tipo de relación con los tiempos llamado futuros. Seguir con el problema requiere aprender a estar verdaderamente presentes. (...) Aprender a vivir y morir bien de manera recíproca en un presente denso”. Agrego yo: aprender a escuchar y abrazar la contingencia.

Como dice Malena Nijensohn en el capítulo final de su libro, si en la democracia liberal los amigos somos nosotrxs, y “ellxs” son el extranjero, en una democracia radical feminista, acaso lxs amigxs sean más bien lxs extrañxs. Malena nos invita a pensar en una democracia feminista que imagine una forma diferente de construir el nosotrxs.

¿Cómo sería ese nosotrxs? Sería un nosotrxs no de iguales sino una reunión de “recién venidxs”, a la manera macedoniana. ¿Y cómo imaginaríamos?

Si voy a acoger a un recién venide (digo acoger, y no invitar porque me cabe que su identidad esté junto a la mía), si me abro a su ser extrañx, si el hecho de habitar juntxs el mundo provoca que ese mundo cambie, ¿cómo sería nuestra imaginación si el mundo a criticar aún no está dado, porque no es estable ni controlado? ¿Puede haber una imaginación descontrolada? Me gusta pensar que en el presente estamos tratando de construir ese nosotrxs, y vuelvo a patear la pelota: lo que podamos hacer con nuestra imaginación le importa al futuro.

Conseguí tu entrada

RESERVAR

Suscribite a nuestro newsletter