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Episodio 2: “Villa Miseria también es América”, por Ricardo Strafacce

Diarios - Julio/Agosto 2020 - Relato de un náufrago

Debates, Diarios

Diarios - Julio/Agosto 2020 - Relato de un náufrago

La cuarentena personal de Ricardo Strafacce acusa los efectos de una sobredosis de TV y una convalecencia semántica y política. El mundo se instala de prepo a pesar del aislamiento obligatorio: entra por las ventanas del barrio de Palermo y está esperando algo en los negocios de cercanía.

 

El recuerdo terrible de Villa Basura, deliberadamente incendiada para expulsar con el fuego a su indefenso vecindario, era un temor siempre agazapado en el corazón de los pobladores de Villa Miseria.
Bernardo Verbitsky

 I. La bolsa o la vida

En los últimos tiempos, los barrios que hasta no hace mucho se llamaban “Villa Miseria”, denominación surgida de la novela Villa Miseria también es América que Bernardo Verbitsky publicó en 1957, pasaron a llamarse “Barrios vulnerables”, “Barrios populares”, etc.

Lógicamente, el cambio de nombre no cambia la realidad de la gente que vive en eso sitios y quizás la mutación obedezca a que alguien percibió que la denominación “Villa Miseria” era despectiva o, como se dice ahora, estigmatizante. Lo que no impide que una de las señales televisivas donde en los noticieros se usan las nuevas denominaciones emita un programa semanal que se llama “Ésta es mi villa”.

Aunque siempre quedará flotando alguna duda (¿a quiénes debería avergonzar la expresión “Villa Miseria”?; ¿a los que están adentro o a los que están afuera?), no parece haber mala fe en denominar “Barrio vulnerable” o “Barrio popular” a lo que en otra época se llamaba “Villa Miseria”. Antes bien, parece una manera discreta de, eufemismos mediante y a falta de otros socorros más efectivos, no ofender a quienes viven allí.

Es difícil, en cambio, atribuirles buena fe a quienes hablan de “pobreza”. Y es difícil -si no imposible- porque, consciente o inconscientemente, reproducen la ideología de la clase dominante. Quien dice pobreza está diciendo “que se arregle Cáritas, llamalo a Juan Carr, Ejército de Salvación, a llorar a la iglesia”.

La pobreza no nace de un repollo. Es gran cosa que el Presidente, cuando comunicó la cuarentena de julio, haya dicho con todas las letras desigualdad, esa palabra que los poderosos le tienen terminantemente prohibida a quienes los sirven.

II. Mi cuarentena

Lamentablemente, después de un par de meses de apolínea delgadez, recuperé todo mi peso. Desde que no fumo el entrañable tabaco ni bebo el inolvidable alcohol he empezado a interesarme en cosas que para mí eran totalmente disparatadas: cuando bajo al supermercado de ultraproximidad (pared de por medio del edificio donde vivo), recorro ávidamente las bateas en busca de budines, alfajores, postrecitos de dulce de leche. Uno nunca termina de conocerse.

Camino tres kilómetros por día en la cinta (la compré hace años y prácticamente no la había usado) y me hice mancuernas con dos botellas de Terma de un litro y medio cada una. Hago gimnasia. Y cumplo las dos prohibiciones sin fármacos, sin terapias, sin grupos de autoayuda, sin rezos, sin brujerías. Cumplo como nadie –excepto yo mismo− esperaba. Cumplo como un atleta, cumplo como un asceta…

Cumplo como un traidor: bastó una amenaza de muerte para que abandonara a dos amores que creía me iban a acompañar toda la vida.

III. Sobredosis de T.V.

Los jubilados de más de sesenta y cinco años que no la van con la Internet deben pedirle ayuda a sus nietos para hacer el trámite on line. Pero si alguno les toca el timbre diciendo que es un nieto no deben abrirle porque muy probablemente se trate de un chorro (que tranquilamente puede ser, además de chorro, también nieto).

–Los supermercados deben cerrar a las 20 horas excepto que funcionen como farmacias y estén de turno.

–Wiñaski no pudo ver a la sobrina (Andahazi mandó condolencias).

IV. La vida hecha bolsa

El aplauso al personal de salud a las nueve de la noche, que empezó en ovación y ya no supera los decibeles del cuchicheo, es justificado y necesario para todos los que trabajan en hospitales, sanatorios, etc. Pero debería acompañarse de un ruidoso abucheo dedicado a la mayoría de los médicos que aparecen en televisión.

Dejando de lado (o para más tarde) la vergonzosa saga del barbijo (no sirve para nada / contraproducente / obligatorio hasta las bolas), conviene detenerse en aquellos que desde que empezó la pandemia largaron el consultorio, el hospital o la clínica y descubrieron que lo suyo era la t.v.

Hay uno especialmente gracioso. Por lo que se ve, firmó contrato con América porque aparece a cualquier hora en los programas de esa señal vestido invariablemente con un ambo (efecto vestuario) y cargado de muñequitos (efectos especiales).

Ya todos (televidentes, conductores, camarógrafos, etc.) conocen el show. Ni bien le avisan que está en el aire, empieza a desplegar sobre una mesa sus juguetes: tiene hombrecitos (civiles, policías, bomberos, enfermeras), autos, camioncitos, frutas de plástico, etc. Completa todo este ajuar con un frasco donde lleva detergente para soplar y hacer pompas de jabón con las que representa al virus.

Los espectadores observan todo ese cotillón, ven al doctor de impecable ambo (todos los días cambia de color y modelo, en cualquier momento se hace esponsorear) y concluyen: debe ser pediatra, usa esos muñequitos para alegrar a los niños internados mientras los cura; los lleva a la tele para explicar mejor la prevención del virus.

Hay otra hipótesis: llega a la mañana al Garrahan (todavía no renunció; lo de América paga bien pero no se sabe cuánto puede durar), atiende de mala gana y a las apuradas a sus pacientitos (nada de llegar con el tiempo justo al camarín y maquillarse así nomás), carga sus chucherías y parte raudo rumbo al canal.

Una versión más sórdida de esta hipótesis aventura que los juguetitos que el doctor lleva a lo de Mauro Viale se los roba a los niños internados.

V. Mi cuarentena

Hace veinte años que vivo en Palermo Viejo y me agrada este barrio. Pero cuando empiezan los cacerolazos siento deseos de matar a mis vecinos.

Creo que sobran las razones. El primer caceroleo de 2020 fue para quejarse de que los legisladores y funcionarios en general no se rebajaban sus sueldos.

Es difícil imaginar mayor grado de hipocresía: si tanto les preocupa el asunto, ¿por qué no votan a los únicos –los candidatos de los partidos de izquierda− que han renunciado a jubilaciones de privilegio, votan siempre en contra de los aumentos de dieta y reducen su ingreso al salario de un docente?

VI. Sobredosis de T.V.

–A partir del lunes sólo operarán los bancos que tengan menos de sesenta y cinco años.

–El paciente asintomático que perciba la jubilación mínima puede optar por el régimen simplificado en el cual pasaría a no cobrar nada aun cuando tenga habilitada la tarjeta de débito.

–Wiñaski no pudo ver a la sobrina (Birmajer mandó condolencias).

VII. La bolsa o la vida

Como si temiera aparecer “combatiendo al capital”, el gobierno se mostró vacilante y timorato. Fue una mala jugada. Los patanes de radio y t. v. se agrandaron: ¡La intervención es inconstitucional! ¡La expropiación es inconstitucional! ¡La Constitución es inconstitucional!

El instituto de la expropiación está previsto en el artículo 17 de la Constitución ultraliberal de 1853 y no fue derogado por la Convención Constituyente, ilegítima hasta el delirio (Aramburu-Rojas), de 1957 ni por la de 1994. Y está previsto para situaciones normales (¡Ni hablar de situaciones de emergencia como la presente!). Basta la declaración de utilidad pública que debe sancionar el Congreso. No se necesita ni declarar el Estado de Sitio ni el Estado de Emergencia ni ninguna otra cosa, como creen las chicas, muchachos e incluso señoras y señores grandes que se escandalizan por radio y televisión.

Pero no hay que enojarse. Con serenidad, con sensatez, con furia inclusive siempre debe privilegiarse el diálogo. Una posible solución consensuada: todo el mundo tiene derecho a decir que la expropiación es inconstitucional (libertad de prensa y la mar en coche). Pero el que lo dice no puede usar las autopistas. ¿Quedamo’ así?

VIII. Mi cuarentena

Un médico se refirió en televisión a los excelentes resultados que obtuvo Japón en el control del coronavirus. Y conjeturó que estos resultados podrían deberle mucho a la cultura japonesa. Se trata de gente, dijo, que se saluda sin tocarse, que usaba barbijo antes de la pandemia, etc. El idioma japonés, agregó, es el que menos contagia porque para hablarlo se requiere expulsar menor cantidad de saliva cuando se habla.

Yo agregaría, con toda seriedad, una observación sobre la pornografía japonesa (al menos la que se puede ver gratis en Internet): se trata de una pornografía pudorosa, mojigata. Prácticamente, una pornografía papal. Porque las vaginas y penes (las tetas por ahora se salvan) aparecen (en realidad desaparecen) siempre pi-xe-la-dos. Como si las pantallas también contagiaran.

IX. Sobredosis de T.V.

Los mayores de sesenta y cinco podrán seguir cumpliendo años pero no pueden hacer fiesta. Se lo tienen que festejar solos.

–El permiso para circular no es absoluto. Sigue estando prohibido ir a contramano o subirse a la vereda (estas normas no rigen para los peatones).

–Wiñaski no pudo conocer a la sobrina (Olaxirac mandó condolencias).

X. La vida hecha bolsa

Y ya que estamos: la Constitución Nacional tiene apenas ciento veintinueve artículos. Se recorre confortablemente en un par de horas. ¿Por qué los charlistas radiotelevisivos no la leen? Dejemos de lado la responsabilidad profesional (de la que no son fanáticos): ¿no sienten curiosidad, muchachos?

XI. Mi cuarentena

Ha sucedido lo que más temía: el teléfono celular ya es obligatorio. ¡Hasta el WhatsApp es obligatorio! Esta vez estoy de acuerdo con Paul Preciado: cuando se descarga una aplicación no se instala en el teléfono o en la computadora sino en la propia cabeza. Quizás no falte mucho para que los chips se implanten directamente en la corteza cerebral (Cfr. Macedonio Fernández, “Cirugía química de extirpación”).

Ya me había pasado con Facebook. A pesar de que me trataban poco menos que como un leproso (no me avisaban de las cosas, secreteaban en reunión, los “me gusta” iban y venían sin ton ni son en conversaciones de personas que yo creía normales), estuve pateando en contra todo lo que pude. La expresión “redes sociales” me provocaba urticaria, veía a la gente mirando hipnotizaba la pantallita −o moviendo los pulgares como Pepe Soriano en La nona− hasta cuando cruzaba la calle, advertía que algunos amigos ya eran víctimas de una enfermedad mental irreversible… No lo podía creer.

Hasta que me enteré no sé dónde de la respuesta que le dio Roca a un sorprendido secretario:

−Pero, general, hasta hace poco nosotros pensábamos todo lo contrario.

−Querido, cuando todo el mundo está equivocado, todo el mundo tiene razón.

Cuando leí estas sabias y lamentables palabras, ya no me resistí. “Vencen los bárbaros / los gauchos vencen”, me dije citando fielmente, aunque un poco al revés, el “Poema Conjetural”.

De todos modos, sigo pensando que Facebook es el opio de los pueblos y Whatsapp, el barbijo de la comunicación. A mí me encantaba hablar por teléfono.

XII. Sobredosis de T.V.

–Las ferreterías no podrán vender medicamentos. En el decreto no está claro si pueden regalarlos.

–A los asintomáticos los vamos a agarrar aunque se escondan.

–Wiñaski no pudo conocer a la sobrina (Garcés mandó condolencias).

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