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Episodio 1: “La imaginación suspendida”, por I Acevedo

Diarios - Julio/Agosto 2020 - Diario de un escritor

Debates, Diarios

Diarios - Julio/Agosto 2020 - Diario de un escritor

Un escritor se dispone a reflexionar sobre el presente, empieza este diario justo el día de la Marcha contra los Travesticidios y Transfemicidios que se lleva a cabo bajo las leyes que impone la pandemia. ¿Cómo escribir bajo presión? ¿Debería usar su imaginación para calmar las ansias del futuro? Cuando I. Acevedo reflexiona sobre literatura, pone en cuestionamiento y evidencia casi todo.

 

Domingo 28 de junio de 2020, 02.03 de la madrugada

Abro el cajón de mi escritorio y me pongo los anteojos. Me siento emocionado de comenzar la escritura de este diario. Es lindo coronar un día lleno de actividades escribiendo en este espacio. Ya es pasada la medianoche, ya es 28. Hoy es la quinta Marcha contra los Travesticidios y Transfemicidios. Hoy estuvimos terminando un video de la Asamblea Travesti Trans No Binarie por la Salud Integral para la marcha, y lo compartimos en redes a medianoche. En el final del video grabamos algunas palabras todxs juntxs, y creo que ese fue el momento más feliz de todos estos meses.

Hace un rato tuvimos una charla en IG con Pau Trama para lanzar la edición especial de Paquete de fe, el PDF libre de cuentos míos que salió en mayo con motivo del affaire PDFs, a beneficio de Casa Brandon, y también presentamos su libro de poemas Señora Fantasía, de Ediciones Neutrinos, un libro muy hermoso.

Mientras charlábamos, ella me hizo la pregunta que será el eje de la escritura de estas entradas de diario. En uno de esos cuentos, “Mínimas consecuencias afortunadas”, se cuenta una escena del 9 de abril del año pasado, cuando fuimos a escuchar a Judith Butler en la UNTREF. Ese día, cuento en ese texto, yo estaba muy fumado, y mientras subía unas gradas, creí que desembocaría en el escenario y le haría una pregunta a Butler: si creía que la imaginación sirve para algo o es un gran engaño del capitalismo. Pau se acordaba de ese cuento, y me preguntó por la imaginación. Le conté que justamente trataría de reflexionar sobre eso aquí. Y al hablar de este texto allí, rodeadxs de amigues, me sentí feliz de que este proyecto de escritura ya fuera público.

Ahora que hice todas las tareas del día y son las dos de la mañana, no puedo irme a dormir, porque quisiera dejar planteadas estas preguntas que me vengo haciendo hace un tiempo. Me pregunto para qué sirve la imaginación, y si no es una trampa del capitalismo. Me pregunto cuáles son las implicancias de cualquier discurso que nos invita a imaginar el futuro y pensar un mundo mejor. Me pregunto cómo funciona la imaginación, y qué estamos haciendo y dejando de hacer cuando imaginamos. Me pregunto por qué me rebelo internamente ante los discursos que me invitan a imaginar algo.

Mientras me duchaba esta mañana, pensaba que tal vez mi rebeldía ante esos discursos sea equivocada. ¿Es un síntoma de pesimismo o, peor aún, de conservadurismo este ofuscamiento que siento ante cualquier invitación a imaginar? Pensaba que tal vez no tengo suficientes lecturas, o suficiente conocimiento de cosas como la filosofía, la historia o la política para entender esto que siento. Y me acordé de que Auerbach escribió Mímesis durante el encierro, con escasos recursos. Eso es algo que alguna vez comentó algúnx profesorx en la facultad de Letras, y me pareció una idea hermosa. Supongo que también es lo que decía Borges de nuestra literatura, que usamos los recursos de otras tradiciones y que, como no son nuestras, no les debemos el respeto ni el temor que sus herederxs “naturales” podrían deberles, y que por eso podemos manejarlas a nuestro gusto y conveniencia. También, en la ducha, pensé en hacer un meme de Auerbach escribiendo Mímesis durante su encierro, y poner una foto de nosotrxs enviándonos fotos tiernas de gatites (nuestra mímesis) durante la cuarentena, para reírme un rato. Recordé también el libro de Tamara Kamenszain: Una intimidad inofensiva. Los que escriben con lo que hay, donde ella analiza la literatura autobiográfica de los años 2000 y explica de qué manera lxs autorxs de esos años usaban material de su vida cotidiana para plantear reflexiones muy profundas acerca de la literatura y la realidad social. Pensaba, en la ducha, que la imaginación nos lleva lejos, pero creo que una manera a la que estamos acostumbrades a vivir nosotrxs es elaborando cosas con lo que está bien a mano. De hecho, recordé también la situación de una persona que cocina con lo que hay y le sale un plato delicioso. Y creo que es un lugar común acerca de la invención de muchas recetas. Que les italianes solo tenían harina, tomate y un poco de queso, e inventaron la pizza. Siempre me pareció una idea hermosa. Y me fastidia cuando alguien intenta innovar, aplicar su imaginación, diríamos, y modificar algo en una receta que ya existe. Me parece una falta de respeto a la tradición, que es, ni más ni menos, la tarea de las miles y miles de personas que elaboraron una misma receta de manera comestible antes de que a esa persona se le ocurriera, por capricho de su imaginación, arruinar un plato que, de otra manera, habría sido rico. ¿De qué sirvió esa imaginación caprichosa y arrogante? De nada. Solo condujo a arruinar materia prima que, de otra manera, habría sido comestible.

Sí, todo esto lo pensé en la ducha, repasando qué quería decir en estas entradas de diarios, porque ese es el lugar, además de la pileta de la cocina, donde puedo pensar y poner la mente en blanco sin que Gregorio me pregunte qué estoy pensando, y sentir que me ve durante algunos ratos como un zombi silencioso.

Voy a empezar por el principio, hablando de la imaginación en la literatura. Hace seis años estaba dando un taller de literatura autobiográfica y me crucé, en un libro de Alberto Giordano, con una cita donde César Aira se quejaba del bajo vuelo de la literatura autobiográfica que, al fin y al cabo, decía, no hace más que hablar de cosas de personas de clase media que viven entre cuatro avenidas y un día sufren la terrible tragedia de que se les muere la abuelita. Exagero un poco, para graficar, pero la idea era esa: un lamento ante la falta de invención. En aquel momento pensé algo muy básico, que fue: qué importa el contenido, lo que importa es la manera de contarlo, es decir, la forma. Sin embargo, la idea siempre me quedó picando, porque me parecía un señalamiento interesante. En general, la crítica hacia esa literatura es y ha sido de un moralismo berreta. Se la ha acusado de ombliguista, de superficial, de frívola y hasta de apolítica. Años más tarde leí ese libro de Tamara Kamenszain, Una intimidad inofensiva, y me sentí aliviado, porque ahí parecía una respuesta a esas críticas. Tamara se tomaba muy en serio analizar cómo era esa literatura. Ella descubrió que había en esos textos una insistencia en comentar el asunto de “escribir poesía”, una inmediatez y una inocencia, un no cuestionarse y un no saber que eran muy importantes, pues en esos textos se leía que ese saber se podría alcanzar ni más ni menos que con la escritura: con la práctica de la poesía misma, y usando “lo que hay”. Muy valioso. Al encontrar en esta clave el aspecto que definía un verdadero poder en la literatura, Paula Peyseré y yo nos pusimos de pie y aplaudimos ese descubrimiento, que era una verdadera bofetada ante esos críticos que llegaban a decir que una autora “parecía una boluda” por la manera en que escribía.

Sin embargo, la pregunta por la imaginación persistía. ¿Qué pasará en un tiempo histórico en que una persona, en lugar de recurrir a su imaginación, va al baño, y, como está menstruando, justo se le ocurre hablar de su toallita, como en uno de mis poemas favoritos de Fernanda Laguna “A mi toallita femenina”? De una manera muy mecánica, me contenté durante mucho tiempo con pensar que, en el marco de una crisis política, social y económica como la que vivimos en el 2001, y en el marco de un comienzo de un nuevo milenio, con nuevas tecnologías que habilitaban la escritura cotidiana, como los blogs, muchas personas al escribir simplemente dábamos cuenta de nuestro presente, de que aún seguíamos vives, de que estábamos acá, aquí y ahora, como cuando Facebook te ofrece un botón para contar que sobreviviste a un terremoto. Con Paula Peyseré escribimos sobre esto para el segundo número de la revista Segunda época.

Un tiempo después, apareció Greta Thunberg, y en uno de sus discursos leí algo que me llamó la atención. Decían que su activismo era criticado porque no ofrecía ninguna solución y ella aceptaba que la solución era compleja porque dejar de emitir gases para evitar el calentamiento global pondría en jaque la economía. Y admitía que, en realidad, nadie sabía cómo solucionar esto. Decía que había que entender que estábamos en una crisis y que teníamos que pensar desde cero, teniendo claro que no teníamos ninguna idea de cómo resolver el problema. Me llamó la atención que alguien dijera “no sé” y no llamara, por ejemplo, a “imaginar una respuesta juntxs”. Creo que intentaba decir que, para poder imaginar algo, los políticxs y grandes poderes primero debían asumir el problema. Pero notaba, claro, que no lo harían, porque preferían seguir como hasta ahora. De ahí la razón del paro, la idea de detener el mundo para dar cuenta de que no se podía continuar así, y había que asumir el problema.

Entonces pensé: ¿quién imagina? No se imaginó en el género autobiográfico, dominante de las primeras dos décadas de este milenio. Tampoco se imagina en el activismo más joven, que está, además, fuertemente enfocado en la búsqueda y la memoria de un pasado de opresión. ¿Será porque, ante una emergencia, nos sujetamos al presente? ¿Será porque es necesario parar para poder recuperar la memoria?

Hoy, 28 de junio, vuelvo a preguntarme: ¿por qué será que aún en las duras condiciones en que vivimos, agravadas aún más por la pandemia, en que no tenemos ni el tiempo ni la posibilidad de imaginar, en que imaginar parece ser realmente un privilegio, aún circulan preguntas, pedidos y discursos que nos invitan a imaginar? Una de las que más sorpresa me causan es, por ejemplo, cuando a algún “expertx” o intelectualx le preguntan: ¿Cómo imagina usted la vida después de la pandemia? Me pregunto qué sentido tendrá el verbo “imaginar” en esa pregunta. ¿En qué contexto cabe que una pregunta así sea posible?

Con estas dudas planteadas me despido, porque no me quiero extender en tiempo y en espacio: ya son las tres y media de la mañana y he gastado varias páginas. Hasta la semana que viene.

Un beso,
I

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