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Bicentenario de la muerte del General Martín Miguel de Güemes

Debates

A doscientos años de la muerte del General Martín Miguel de Güemes, el Centro Cultural Kirchner le rinde homenaje: presentamos un retrato de la artista Flora Nómada y un breve ensayo del historiador Javier Trímboli sobre el rol clave del prócer en nuestra Independencia y en la ruptura del orden colonial.

 

"Güemes", por Flora Nómada

 

Güemes y la guerra de los gauchos, por Javier Trímboli

El escándalo y lo insólito parecen ser signos principales de la vida de Martín Miguel de Güemes. Está en Buenos Aires en 1806 y es uno de los protagonistas más o menos anónimos de la Reconquista que expulsa a los ingleses: montado a caballo y al frente de un grupo de jinetes, asalta una fragata –la Justine– que había quedado atascada por la bajada del río. Un oficial inglés refiere el hecho como único en la larga historia de las guerras. Estallada la revolución, pronto se pondera su ascendiente sobre los gauchos de su provincia y el conocimiento fino de los accidentes de su tierra. Pero, alguna vez se dijo, Belgrano se malquista con él por cierta indisciplina y por sus amoríos. Se sabe: San Martín no duda de que Güemes es quien puede resguardar a la patria y a la revolución de las incursiones realistas que se lanzan desde el Alto Perú. Cumple con esta “orden” y también la excede. Porque “la guerra de los gauchos”, como la llama Mitre, para ser eficaz precisa ser una insurrección contra las élites que sostenían con no poco rigor una sociedad de castas. Escandaliza que quien, por su origen familiar, se suponía era de los suyos, soliviante a las masas. Los “gauchos de Güemes” son indios, negros esclavos, mestizos que, con las armas en la mano y a expensas de quienes los habían explotado por siglos, durante siete años hacen experiencia muy concreta de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. Ante tamaño desvío, ante el ocaso de la sumisión, a la “gente decente” de las provincias del norte rápido deja de importarles la eficacia de la guerra de guerrillas para detener al enemigo. Vilipendiar a Güemes pasó a ser un ejercicio cotidiano, colaborar con los realistas para darle muerte fue un hecho. Cuando en 1931 se inaugura el monumento ecuestre que lo recuerda sobre el cerro San Bernardo, preside la Argentina el dictador José Félix Uriburu. Perseguía con saña a radicales yrigoyenistas y a anarquistas y su familia había estado entre las que combatieron a Güemes. Se hace presente en el acto y toma la palabra que cita el historiador Gregorio Caro Figueroa: “Güemes representa el espíritu nacionalista. Ese fue su credo y ese fue su ideal. A él como a tantos varones ilustres les debe la Patria su existencia… ¡Salteños! A vuestro honor de argentinos confía la República este monumento, que perpetuará el recuerdo de uno de sus hijos predilectos”. Palabras huecas, que aburren y esconden la verdad, podrían alimentar un episodio de la “historia universal de la infamia”. Las clases dominantes se apropian del pasado y lo vacían de su rugosidad, de su lucha. Lo atrapan en el conformismo. En una hora como esta, de repliegue de las clases populares y de ofensiva del capitalismo, es de utilidad volver al otro Güemes, nunca al de Uriburu. A sabiendas de que, como escribía Walter Benjamin, mientras el enemigo venza “tampoco los muertos estarán seguros”.

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