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Archivo de un emblema

Archivos compartidos, Debates

El Centro Cultural Kirchner, el Archivo General de la Nación (AGN) y la Secretaría de Patrimonio presentan la segunda parte de la muestra virtual en ocasión de los 250 años del nacimiento de Manuel Belgrano y los 200 años de su muerte. Archivos del AGN ilustran momentos de la historia argentina en correlato con textos escritos por el historiador Javier Trímboli. Los fragmentos narran momentos históricos en los que, sin ser protagonista, la figura de Manuel Belgrano está presente.

 

Celebración del Día de la Bandera

El 20 de junio de 1820 –por mucho tiempo recordado como el día en que Buenos Aires tuvo tres gobernadores, es decir, no tuvo gobierno– muere Manuel Belgrano. Sin embargo, recién a partir de 1938 en esa fecha se celebra el Día de la Bandera, también en homenaje a él como su creador. En 1938 es un año de la llamada “década infame”, cuando la Argentina de los ganados y las mieses se había estrellado y las nuevas formas de la producción que surgían, poderosas, no eran acompañadas por derechos laborales. Inaugura la “década infame” el golpe de 1930 que derroca a Hipólito Yrigoyen y continúa con su encarcelamiento así como el de cantidad de militantes radicales y también anarquistas. Son los años del “fraude patriótico” al que recurren las clases dominantes pues se ha agotado la hegemonía política liberal-conservadora que, en sus buenos tiempos, había tolerado la incursión política de las clases medias expresadas en el radicalismo. En 1938 el presidente era Roberto Ortiz (UCR antipersonalista) y daba señales de enfilar hacia una apertura del sistema político, hacia su relativo saneamiento. Entre los legisladores que promueven la ley que establece esta conmemoración se menciona a Matías Sánchez Sorondo y a Alfredo Palacios. Se sanciona el 9 de junio de 1938. Se buscó que tuviera el tono de un desagravio porque, según se aduce en el texto que la apuntala, el 1 de mayo de 1936, Día de los Trabajadores, manifestantes se enfrentaron en Buenos Aires, unos defendiendo a la república española, otros a los falangistas que atentaban contra ella, en los prolegómenos de la guerra civil. Ambos, entonces, portando banderas extrañas –deberían ir comillas tanto para una como para otra– a la Argentina. Rojas unas, negras las otras. Por lo demás, en los primeros días del año 1936 una huelga general había llevado a un levantamiento de masas, situado sobre todo en Buenos Aires, reconocido como una de las jornadas de lucha que, por su magnitud y vivacidad, puede ser enhebrada con el 17 de octubre de 1945. Y en el acto del 1 de mayo participaron 160 mil manifestantes. La convocatoria fue de la CGT pero, además de uno de sus líderes, tomaron la palabra los dirigentes socialistas Mario Bravo y Nicolás Repetto, los radicales Marcelo T. de Alvear y Arturo Frondizi, el comunista Paulino González Alberdi y el demócrata progresista Lisandro de la Torre. El carácter unitario del acto masivo hacía pensar en los pasos ciertos que se estaban dando hacia la formación de un Frente Popular, política que obedecía a razones propias de nuestro país pero que también miraba de muy cerca lo que ocurría en Europa. El Día de la Bandera en 1938 sale al cruce de esta situación, pero la agitada historia argentina le impone, una y otra vez, otros sentidos, en disputa.


El monumento tambaleante

En una nota titulada Mi Belgrano y publicada en octubre de 2013, el escritor Enrique Medina recuerda que la noche del 16 de junio de 1955, junto con un par de amigos que, como él, estaban internados en el Instituto de Menores, fueron a la Plaza de Mayo. Durante todo el día habían estado pendientes de las noticias y de los muchos rumores que corrían sobre los bombardeos, sobre los estragos que había hecho ese atentado criminal contra el gobierno de Perón. Aunque advirtieran el peligro que una excursión como esa implicaba –o justamente porque advirtieron el peligro y los tentó–, hacia allí se dirigieron. Citamos: “Llegamos a la plaza. Había alguna que otra luz y pocas personas curioseando, pero nadie en grupo, salvo nosotros. Aparecieron unos policías con el mismo interés que nosotros: chusmear. Nos vieron muchachitos incautos y sin peligro; no nos dijeron nada. Los pocos que deambulábamos lo hacíamos con la misma discreción que en un museo de arte. Recuerdo una paloma sobre un cable. Quieta. Pensamos que el fuego de la explosión de una bomba la había petrificado o algo así; la veíamos negra, porque era noche y porque ese bicho se veía negro. (...) Vimos colectivos incendiados, ya con poco fuego; otros retorcidos de tan quemados. Una ambulancia dando vueltas sin alarma se detuvo y se llevó un cuerpo, sorteando un auto destrozado como una lata de sardinas mal abierta. Dentro de otro auto, sin los asientos delanteros, se había formado una lagunita de color rojo mezcla de sangre y lluvia. Corito se acercó y dijo que había un bulto, una persona muerta. No quise mirar y seguí hacia la Casa Rosada. Y vi que Belgrano estaba por caer del caballo, es decir se estaba por venir abajo el caballo con su jefe (tendría que averiguar el nombre del caballo, o inventarle uno, se lo merece). El monumento había recibido una bomba justito al lado de la base y, por suerte, lo más que se había logrado con la explosión fue un enorme agujero, un tremendo pozo que había hecho tambalear al animal y su jinete. A las bombas les faltó apenas un pelito para llegar al sacrilegio. Por suerte, el héroe estaba intacto pero tan inclinado que pensamos se caería en cualquier momento”. En la urgencia encontraron un palo de luz caído que había quedado con las raíces al aire; con su ayuda apuntalaron a Belgrano.


Inauguración del Monumento a la Bandera

En 1898 se pone en Rosario, frente al Paraná, la piedra fundamental del que luego de muchos paréntesis y vericuetos sería el Monumento a la Bandera. Lo poco que se avanza en esa coyuntura, en la que los problemas del Estado nacional no eran precisamente de financiamiento, no tarda en desmoronarse. Ni el impulso del Centenario, ni Lola Mora –a quien en un momento se le encargó la tarea–, ni más tarde la intervención de la Liga Patriótica Argentina son suficientes. Tampoco las colectas populares, que parece que fueron muchas. En 1939 se convoca a concurso para que el Monumento a la Bandera al fin adquiera forma y realidad.  Gana el proyecto llamado Invicta, con nombres relevantes –Guido, Bustillo, Bigatti y Fioravanti–, sin embargo pronto se empantana. Con holgura triunfa en las elecciones de febrero de 1946 la fórmula Perón-Quijano. En el segundo mandato se da el empujón para terminar la obra a la que se llegó a definir como “eternamente inconclusa”. La inauguración se pauta para el 20 de junio de 1956, pero antes Belgrano y el caballo estuvieron a punto de caerse por los bombardeos sobre la Plaza. En la noche del 9 de junio de 1956 ocurre el alzamiento del general Valle contra la dictadura de Aramburu y Rojas. El estado de sitio que estos decretan y los fusilamientos –en José León Suárez y en la Penitenciaría Nacional– posponen obligadamente un año la inauguración. La de 1956 fue la inauguración que no existió, el agujero negro. Finalmente, el 20 de junio de 1957, Aramburu y Rojas se montan sobre el Monumento. Lo celebran como propio. Dicen: “El espíritu de Mayo se convirtió en emblema para decir que nada es superior a la libertad.” ¿Qué podían significar estas palabras en boca de los dictadores? Mistificaciones, distorsión, vacío. El riesgo cierto de que la tradición caiga en manos de los tradicionalistas que quieren clausurar lo que la historia tiene de emancipadora. La pieza fílmica en cuestión, Blasón de Libertad, exuda unanimidad, también concordia, prolijidad. Tapan esos tonos la represión que es moneda corriente, no quieren que quede huella de la problematicidad misma de la historia argentina.

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